sábado, 17 de enero de 2009

The lukerwarm

La sumersión en lo más profundo del hombre suele dar a las creaciones literarias y artísticas de nuestro tiempo esa atmósfera fantasmal y nocturna que sólo se conocía en los sueños. Tanto los escritores como Kafka, Julien Green, Faulkner o Dostoievsky, como en pintores como Chagall, Chirico y Rouault se siente esa nocturnidad. Es que se ha descendido por debajo de la razón y de la conciencia, hasta los oscuros territorios que antes sólo habían sido frecuentados en estado de sueño o de demencia. ¿Cómo ha de llamarnos la atención que estos artistas nos den a menudo un mundo de fantasmas en lugar de aquellas figuras "reales", bien delineadas, táctiles y diurnas del arte burgués?
Y a este descenso corresponde un nuevo tipo de universalidad, que es el del subsuelo, de esa especie de tierra de nadie en que casi no cuentan los rasgos diferenciales del mundo externo. Cuando bajamos a los problemas básicos del hombre, poco importa que estemos rodeados por las colinas de Florencia o en medio de las vastas llanuras de la pampa.
Pero no hay que confundir esta universalidad con aquella otra que había dado la ciencia: la de la razón y de los entes abstractos de la matemática. Esta otra universalidad es la que se obtiene, como quería Kierkegaard, mediante lo concreto e individual. No es la universalidad de la razón, sino la de la sinrazón.
El alzamiento del hombre contemporáneo contra la tiranía racionalista comienza en las Notas desde el subterráneo. Su héroe, detrás del cual se oculta muy visiblemente el autor, nos dice: "La razón, caballeros, es una buena cosa, eso es indiscutible; pero la razón no es más que la razón y sólo satisface a la capacidad humana de razonar, en tanto que el deseo es la manifestación de la vida entera, es decir, de toda la vida humana, incluyendo la razón y todas las comezones posibles... Que el hombre tiende a edificar y a trazar caminos, es indiscutible. Pero, ¿por qué se muere también hasta la locura por la destrucción y por el caos?... Reconozco que dos y dos son cuatro, es una buena cosa, pero de eso a ponerlo por las nubes... ¿Cuánto mejor no es esto de dos y dos son cinco?".

Ernesto Sábato en Hombres y engranajes (1951)